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Telica: Cuando la parroquia se queda sola, la urgencia de pastores que acompañen al pueblo

En Telica, municipio del departamento de León, la parroquia Santiago Apóstol atraviesa una crisis que no se explica únicamente desde los muros del templo ni desde las bancas vacías en las misas. Se trata de un mal más profundo: la falta de un acompañamiento pastoral real, cercano, que responda a las necesidades de la comunidad.

La figura del cura, lejos de ser un simple administrador de sacramentos, debería ser un referente humano, un punto de encuentro donde la gente se reconozca y sienta respaldo espiritual y social. Sin embargo, cuando un sacerdote se distancia de su feligresía, cuando se deja arrastrar por el mal carácter, el abuso verbal o la indiferencia, la parroquia se convierte en un lugar frío, sin vida. Lo más grave es que la fe de la gente —esa fe que sostiene a comunidades enteras en medio de la pobreza— empieza a resquebrajarse.

No se trata de exigir perfección a los pastores, pero sí de recordar que sus actitudes cotidianas tienen un peso directo en la confianza y el ánimo del pueblo. Un cura que actúa con prepotencia puede desanimar a generaciones enteras, y cuando la comunidad percibe incoherencia entre lo que se predica y lo que se practica, la consecuencia no es solo un templo vacío, sino un vacío espiritual que afecta a la convivencia social.

Frente a estas situaciones, la responsabilidad del obispo es ineludible. Mons. Sócrates René Sándigo Jirón, como pastor de la diócesis, tiene la tarea de escuchar, atender y acompañar los problemas que surgen en las parroquias. Pero puede más el silencio, ¿será por la doble moral que se rumora en su mismo clero? Lo cierto es que León y Chinandega experimentan un abandono episcopal, la falta de seguimiento y de escucha hacia las comunidades, solo refuerza la percepción de que la Iglesia se ha convertido en una institución alejada de la gente y atrapada en sus propias jerarquías.

El caso de la parroquia Santiago Apóstol de Telica es apenas un ejemplo, pero refleja un problema mayor: cuando la jerarquía eclesial se muestra indiferente, los fieles terminan buscando otras formas de alimentar su espiritualidad, y la Iglesia pierde su lugar como espacio de esperanza y encuentro. Algo que va mas allá de gritar consignas pastorales, ese show que mas que pastoral parece de un agitador pentecostal o peor aún de un político coplero que cantinflea ya que carece de catequesis.

Este editorial no busca condenar, sino llamar la atención: urge que la pastoral vuelva a ponerse los pies en la tierra, que ese obispo escuche las voces de sus comunidades y que los curas asuman con responsabilidad que de su trato depende, muchas veces, que un pueblo siga creyendo o decida apartarse.

La fe de un pueblo no se destruye de un día para otro, pero sí puede ser minada lentamente por la indiferencia y el mal testimonio. Hoy más que nunca, cuando Nicaragua vive entre el dolor y la incertidumbre, la gente necesita menos discursos y más acompañamiento real.

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