La tradicional festividad en honor a Santo Domingo de Guzmán concluyó ayer con la solemne subida de la imagen de “Minguito” a la parroquia de Las Sierritas. Durante diez días, entre el 1 y el 10 de agosto, la capital se vistió de fiesta, lo mismo en tono religioso que popular, organizando procesiones, Palo Lucio, corridas de toros, música, disfraces, carrosas comerciales y actividades folclóricas.
Finalmente, el 10 de agosto, la alcaldesa Reyna Rueda presidió la “subida” en un ambiente que el oficialismo describio como pacífico y seguro. La dictadura decretó asueto remunerado para los trabajadores de Managua en ambos días de celebración, reforzando su carácter institucional.

Férreo control político y uso partidario de una tradición religiosa
A pesar de que la Iglesia ha sido víctima de una escalada de hostigamiento: clausura de congregaciones, encarcelamientos de obispos y sacerdotes, y vigilancia policial constante, la dictadura Ortega-Murillo permite estas fiestas como uno de los pocos eventos religiosos masivos. Pero no sin instrumentalizarlas: Rosario Murillo presentó el programa de las fiestas como parte de su agenda diaria, en una clara cooptación de rituales tradicionales por la máquina de propaganda oficialista
La Iglesia Católica, históricamente organizadora de estas celebraciones, ha quedado relegada: aunque las festividades tienen origen en rituales populares y religiosos, su conducción efectiva se vio desplazada hacia una organización estatal centralizada. La santa devoción popular convive así con un despliegue político visible que tiñe de sospecha la genuina fe de las calles.
Una celebración viva, pero bajo vigilancia
Los promesantes, ataviados con trajes típicos, máscaras, cuerpos pintados, brindan con fervor su devoción y agradecimiento. Al mismo tiempo, hay incidentes de violencia, como una riña ocurrida en pleno evento, que resquebraja la atmósfera de recogimiento. Se dice que la fiesta expresa “paz y vida”, pero justo eso queda enturbiado por la omnipresencia policial y el uso político del ritual.
Las fiestas de Santo Domingo de Guzmán siguen siendo una vital expresión de identidad cultural y devoción popular en Managua. No obstante, el régimen Ortega-Murillo ha logrado convertirlas en una herramienta de legitimación, encuadrando lo religioso dentro de su esfera de poder y propaganda. La Iglesia, asfixiada y expuesta, ve sus espacios públicos reducidos, mientras que el pueblo mantiene la llama de su fe, aún bajo estrecha vigilancia.