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Bayardo Arce Castaño, símbolo del pasado revolucionario y empresarial que estorba en el presente autoritario

Por años fue uno de los hombres más poderosos del círculo íntimo de Daniel Ortega. Hoy, Bayardo Arce Castaño enfrenta la sombra de una posible causa judicial y el aislamiento político orquestado por sus antiguos aliados.


En la noche del sábado 26 de julio de 2025, la calma habitual en el reparto El Carmen fue rota por el desplazamiento de efectivos de la Policía Nacional. En una operación silenciosa pero cargada de simbolismo, despojaron de su escolta oficial al asesor presidencial Bayardo Arce y desalojaron a los guardias privados de seguridad que resguardaban sus oficinas. Era el inicio formal del derrumbe público de uno de los rostros históricos del sandinismo.

La Procuraduría General de la República (PGR) confirmó en un comunicado lo que desde hacía meses se rumoreaba en los pasillos del poder: Arce había sido citado dos veces por transacciones irregulares que presuntamente no cumplían con el marco legal nicaragüense. Lejos de colaborar, el antiguo asesor presidencial se negó a presentar la documentación solicitada, alegando que los bienes investigados eran de su propiedad y, por tanto, no debía responder ante la autoridad estatal.

Su negativa se convirtió en una declaración de guerra en un entorno donde la obediencia absoluta se ha convertido en norma. La advertencia de la PGR fue clara: si no se presenta voluntariamente, Arce podría enfrentar un proceso judicial. La historia reciente del país da fe de que ese tipo de amenazas no suelen quedarse en palabras.

El golpe más inmediato fue la detención de Ricardo Bonilla, su asistente ejecutivo durante tres décadas, a quien la Procuraduría acusa de estar operando directamente las transacciones irregulares. Su negativa a acatar las órdenes fue suficiente para enviarlo al Sistema Penitenciario Nacional, donde continúa siendo interrogado.

Arce, que todavía aparece en papeles como asesor presidencial en Asuntos Económicos, llevaba años relegado a un papel simbólico. Su último acto de relevancia fue su ratificación en agosto de 2024, un gesto más ceremonial que efectivo. Desde hacía tiempo, su protagonismo había sido opacado por la figura omnipresente de Rosario Murillo, quien, en octubre de 2023, ordenó su salida como responsable del FSLN en la Corte Suprema de Justicia, un cargo que ostentaba desde 1997.

Este no es un caso aislado. Arce se suma a la creciente lista de exdirigentes históricos del Frente Sandinista que han sido arrinconados o eliminados políticamente por el actual binomio gobernante. Antes que él, Henry Ruiz (“Modesto”) fue sometido a un arresto domiciliario de facto. Humberto Ortega, hermano del presidente, murió bajo condiciones similares: aislado en su casa, tras criticar públicamente los planes sucesorios de Ortega y Murillo.

En el caso de Arce, la caída tiene un matiz particularmente irónico. Fue él quien durante años aceito las relaciones entre el gobierno y los grandes empresarios, defendió con uñas y dientes al régimen ante acusaciones internacionales de corrupción y represión, y fue la cara visible del oficialismo ante las cámaras, incluso en los momentos más tensos, como en 2018, durante el estallido social.

Sin embargo, también fue uno de los pocos en atreverse a señalar errores, como cuando admitió públicamente que la reforma al Seguro Social sin consenso fue un desacierto, o cuando dijo que en Nicaragua “no deberían existir presos políticos”. Declaraciones que, aunque mínimas en su momento, pueden haber cavado la fosa de su ostracismo actual.

Además de ser sancionado por la Unión Europea, Arce también fue mencionado en una investigación judicial en España por presunta complicidad en el cobro de comisiones a empresas interesadas en desarrollar proyectos en Nicaragua. Aquello fue apenas un presagio del cerco que ahora lo rodea.

En esta nueva etapa, Bayardo Arce no es más que un nombre en papeles oficiales, un símbolo incómodo del pasado revolucionario y empresarial que ahora estorba en el presente autoritario. Sus antiguos camaradas lo han puesto en la mira, no sólo para que responda por sus bienes, sino para recordarle –y recordarle a todos– que en Nicaragua el poder tiene nuevos dueños y no admite nostalgias.

La caída de Arce no es sólo la de un asesor presidencial. Es el derrumbe de una figura que, durante décadas, se creyó indispensable en el engranaje del poder. Hoy, es otro eslabón en la cadena rota de lealtades del sandinismo histórico.

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