Menú Cerrar

Homilía del Dominico fray Rafael Aragón expone la contradicción entre el discurso de paz y la represión en Nicaragua

Ni los muros del exilio, ni la distancia que impone la frontera han logrado silenciar a fray Rafael Aragón. El domingo pasado, desde la parroquia San Isidro Labrador en Costa Rica, este dominico español—ya con corazón y ciudadanía nicaragüense—encendió una homilía que fue más que un sermón: fue una denuncia con nombre implícito y apellidos evidentes.

Frente a una comunidad conmovida, en una misa dedicada a las víctimas de la represión, soltó una frase que caló como relámpago:
«¿Cómo una mujer puede promover el odio y la venganza contra gente de su propio entorno y llenarse la boca de discursos de amor y paz todos los días?»
No dio nombres. Pero Nicaragua entera supo a quién iba dirigido el mensaje.

Exilio con habito

Fray Rafael ya suma 19 meses en Costa Rica, tras haber sido rechazado en la frontera por las autoridades del régimen. Tres años atrás le cerraron el paso a la tierra que lo adoptó. Desde entonces, su vida es el espejo de una paradoja sangrante: un gobierno que dice proteger la soberanía, mientras expulsa a quienes han servido al pueblo con vocación y verdad.

Su historia se entrelaza con la de miles de nicaragüenses que, como él, han sido arrancados de su país por pensar distinto. Por hablar. Por no callar.

La misa como acto de resistencia

Lo que ocurrió el domingo no fue solo liturgia. Fue resistencia con vestiduras blancas. Fue memoria desde el púlpito.
Fray Rafael transformó el altar en una trinchera simbólica. Su mensaje fue claro: sin reconciliación no hay futuro, y no se puede hablar de paz mientras se siembra odio en nombre del poder.

Las palabras, aunque suaves en tono, fueron cuchillos afilados para un régimen que castiga la crítica como si fuera herejía.
Y ahí estaba él, como un profeta exiliado, hablando sin rencor pero con toda la fuerza de quien ha sido testigo y víctima.

La doble cara del discurso

Lo más fuerte de su mensaje no fue lo que dijo, sino lo que desenmascaró.
Ese eterno divorcio entre el discurso oficial —todo paz, amor y flores— y la realidad brutal de persecución, destierros y cancelaciones.
Fray Rafael apuntó al corazón del cinismo político: hablar de unidad mientras se fragmenta a un país, predicar el amor mientras se alimenta el miedo.

Y no es el único. Lo suyo no es un caso aislado, sino parte de una embestida sistemática contra la Iglesia católica. Sacerdotes expulsados, medios religiosos cerrados, organizaciones desmanteladas. En Nicaragua, incluso la fe es vigilada.

Hablar desde el destierro

Pero el exilio, si bien duele, no ha cortado su voz. Al contrario. Desde Costa Rica, Rafael Aragón se ha vuelto aún más audible, más necesario.
Y esa pregunta que lanzó —esa que todavía retumba— no fue solo para Murillo. Fue para todos nosotros:
¿Qué clase de amor es ese que expulsa, castiga y divide?

Su homilía fue un llamado a mirar más allá de los discursos decorativos. A distinguir entre quien dice y quien hace. A no olvidar. A no rendirse.
Porque aunque lo hayan echado, él sigue en pie.
Y su voz —su voz que nació entre sotanas pero arde como fuego— sigue encendiendo conciencias.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *