Hay discursos que no son simples palabras al viento, sino ráfagas de advertencia que buscan silenciar la crítica, aterrorizar al diálogo y amurallar la verdad. Daniel Ortega, volvió a convertir un acto oficial en un púlpito de amenazas. Esta vez, lo hizo desde un evento militar, donde ascendía a dos generales mientras bajaba, aún más, el tono de la diplomacia en Nicaragua.
Con la canción «Soberanía» como excusa folclórica y pretexto de un falso patriotismo, Ortega lanzó una advertencia clara a los embajadores de Estados Unidos, la Unión Europea y otros países que han osado cuestionar su deriva autoritaria: “El que se trata de entrometer: ¡afuera!”. Como si Nicaragua fuera un feudo personal y no una nación con compromisos internacionales.
Pero aquí lo que se juega no es solo soberanía. Es poder absoluto. Es miedo al escrutinio. Es esa obsesión de los dictadores por silenciar al que observa, al que incomoda, al que nombra las violencias que ellos niegan. Ortega —y su co-gobernante Rosario Murillo, la voz detrás del trono— no soportan que les recuerden que están acusados por crímenes de lesa humanidad. Que más de 60 países los condenan. Que la comunidad internacional ve, aunque ellos se empecinen en apagar la luz.
Las embajadas como zonas de guerra psicológica
Lo que viven hoy muchos embajadores acreditados en Nicaragua no es diplomacia, es una forma sofisticada de acoso. El medio de comunicación Nicaragua Investiga ha revelado cómo el régimen presiona a representantes extranjeros con prohibiciones, interrogatorios, gritos y vigilancia constante. Se les exige reportar discursos, justificar reuniones, evitar actos públicos. Todo esto con la intención de doblegarlos, de obligarlos a pasar de observadores a espectadores pasivos.
Sin embargo, muchos se quedan. ¿Por qué? Porque sus países tienen un compromiso más grande: seguir ayudando a la población más vulnerable, esa que Ortega y Murillo utilizan como escudo y propaganda. Esa misma gente a la que le roban el crédito de la ayuda internacional para engordar su mito de «gobierno popular».
La Cancillería de Murillo: teatro de lo grotesco
La Cancillería, ese espacio que debería ser de puente y encuentro, se ha convertido en una máquina de propaganda, según fuentes de Nicaragua Investiga es dirigida por Rosario Murillo con su estilo inconfundible: floripondios retóricos, rabia contenida en frases largas, comunicados que destilan veneno en lugar de diplomacia. Publicaciones viscerales que desentonan con el lenguaje del mundo, pero que calzan perfecto en la narrativa de un régimen que vive atrapado en su propio delirio revolucionario.
Y mientras tanto, el pueblo calla, o mejor dicho, sobrevive. Porque en Nicaragua disentir cuesta. Opinar tiene precio. Y ser periodista, o activista, es asumir un riesgo que ningún manual diplomático enseña a manejar.
¿Qué queda entonces?
Queda nombrar. Queda escribir. Queda no normalizar. La comunidad internacional no puede ceder ante los berrinches de un régimen que solo respeta su propio espejo. Ortega no está defendiendo la soberanía, está blindando la impunidad. Su grito de «¡afuera!» no es un acto de valentía, es el rugido de quien teme ser desenmascarado.
Hoy más que nunca, la mirada del mundo debe mantenerse fija sobre Nicaragua. Porque donde la diplomacia se convierte en rehén, la dictadura afila sus garras con impunidad.