En un mundo político cada vez más marcado por la desconfianza, el cinismo y la desconexión entre los gobernantes y los pueblos, la figura de José “Pepe” Mujica se levanta como una excepción luminosa. Expresidente de Uruguay (2010-2015), exguerrillero tupamaro, campesino austero y pensador crítico, Mujica ha dejado un legado que trasciende fronteras. Su vida y obra son un testimonio de coherencia ética, compromiso con la justicia social y defensa inquebrantable de los derechos humanos.
Un presidente que vivía como la mayoría
Desde su llegada a la presidencia, Mujica capturó la atención del mundo no por el poder que ostentaba, sino por la sencillez con la que lo ejercía. Rechazó vivir en la residencia presidencial y optó por quedarse en su pequeña chacra a las afueras de Montevideo, donde cultivaba flores con su esposa, la exsenadora Lucía Topolansky. Donaba la mayor parte de su salario como presidente a causas sociales y se desplazaba en un viejo Volkswagen escarabajo.
Su forma de vida no era una estrategia de marketing político, sino una profunda convicción de que la política debe ser servicio y no privilegio. Mujica demostró que se puede gobernar sin ostentación, sin perder el vínculo con la calle y con la gente común.
Justicia social con acciones concretas
Durante su mandato, Uruguay avanzó en varias reformas sociales progresistas: la legalización del matrimonio igualitario, la despenalización del aborto y la regulación estatal de la marihuana, todas impulsadas desde una visión de derechos humanos y libertad individual. Aunque no todas las decisiones fueron populares en su momento, Mujica las defendió como parte de una política basada en la confianza hacia la ciudadanía y el respeto a su autonomía.
También promovió políticas redistributivas, fortaleciendo programas sociales que redujeron la pobreza y la desigualdad, con una economía que creció de forma sostenida durante su gobierno. Mujica entendió que la justicia social no se trata solo de discursos sino de políticas públicas que dignifiquen la vida de las mayorías.
Un discurso ético en un mundo desencantado
Más allá de Uruguay, Mujica se volvió una figura mundial por sus discursos humanistas y anticonsumistas. En foros internacionales como la ONU o la Cumbre de Río+20, criticó abiertamente el modelo de desarrollo capitalista que pone el lucro por encima de la vida. «El problema es que hemos nacido para vivir, no para consumir», dijo, apelando a una ética de la sencillez, la solidaridad y la armonía con la naturaleza.
Su palabra, pausada y reflexiva, llegó a millones como un mensaje contra la avaricia, la desigualdad y el individualismo neoliberal. Sin buscarlo, Mujica se convirtió en una especie de conciencia ética global, una referencia moral en tiempos de crisis política y ecológica.
Un legado que interpela
El legado de Pepe Mujica no está en grandes monumentos ni en estrategias geopolíticas, sino en su ejemplo vital. Nos deja la pregunta abierta de cómo queremos vivir, qué tipo de sociedad queremos construir y qué lugar debe ocupar la política en nuestras vidas. Nos desafía a pensar que otro modo de gobernar es posible si se hace desde la honestidad, la empatía y el compromiso con las mayorías excluidas.
En una era marcada por la banalización del poder, Mujica representa lo contrario: la profundidad ética, la humildad transformadora y la radicalidad de vivir según lo que se cree. Su legado no es solo uruguayo, es patrimonio de los pueblos del mundo que aún creen en la política como herramienta de justicia y dignidad.